We might as well be strangers in another town
(Miércoles a la noche)
Sola en la terminal, a las once de la noche. Esperé el colectivo, impaciente durante mucho tiempo, mientras repasaba el día de mierda que había tenido y acumulaba enojos con todo el mundo en mi cabeza. Me llegaban mensajes de texto pidiendo discupas. Pero ya era tarde, yo estaba embroncada y triste. Me sentí algo insegura, tenía frío y demasiados bártulos encima. Pasó media hora, del colectivo ni noticias, de gente extraña que me acompañe tampoco.
Me largué a llorar sigilosamente (N de la E: Si usted piensa que la que escribe este blog es una llorona... puede que tenga razón). Escucho que se me acerca un chico: "Hey, vos no estás nada bien, ¿qué te pasa?"... "No, nada, todo bien"... "¿Qué colectivo esperás?"... "El 203"... "Qué suerte, es el mío. Andá subiendo, esperame ahí que en un rato arrancamos. Y me vas a contar todo eh".
Creó un clima de confianza difícil de explicar. Me sentí más tranquila, en algún punto segura. "Guardá esas monedas porque es obvio que no te voy a cobrar. Dale, sentate ahí y contame". Y ahí estaba yo, sentada en el asiento de conductor de un 203, contándole mis problemas a él, tan sólo un año mayor que yo. Y mientras barría la mugre que le dejó su compañero anterior, me habló sobre amistad, pareja, hijos, colectivos, infancia. Hablamos todo el viaje, coqueteamos moderadamente. Leonel me hizo sentir acompañada después de ese día tormentoso. Me cayó justo. Lo tomo como una señal, una vez más.